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Si realmente el ciudadano comprendiera en toda su extensión el significado de su voto, 
quizá otra sería las circunstancias del poder político en México. El voto bien pensado o el voto comprado con programas asistencialistas, cuenta igual. Uno tiene impreso la dignidad de la persona, el otro está manchado por quien vende, pero más por quien compra. Es que la expresión de la voluntad para elegir pasa por una manifestación de libertad.

No es libre quien emite un voto comprado. Se convierte en esclavo y actúa como mercenario de quien le pagó para votar por determinado candidato. El vende voto no tiene derecho a reclamar por lo que le sucede después de emitido, es cautivo de su necesidad. Un iluso que supone que quienes compran votos son buenas personas que en un futuro cercano cumplirán sus promesas de campaña. 

La vulnerabilidad de quien vende su voto, quizá no su voluntad, se satisface con los dichos de quienes buscan su amistad y le ofrecen su apoyo. Son esos inescrupulosos políticos que ponen todo de su parte para alcanzar sus propósitos personales, sin importar los intereses o las necesidades de la comunidad a la que dicen servir. 

De ese tamaño es la vulnerabilidad de las personas que son cooptadas por organizaciones y fundaciones que de cara a los procesos electorales, aparecen cada vez con más frecuencia. Son los nuevos paladines para proteger la naturaleza, que nunca les ha importado. Cuidar la riqueza de nuestros bosques, que nunca han cuidado. Apoyar a crear empleos, cuando desde sus espacios políticos es lo que menos importa. Que nuestras ciudades, a cual más en proceso de deterioro evidente se conviertan en paraísos turísticos, cuando las que ya están no reciben el apoyo oficial para atender a los visitantes. 

Son esas organizaciones con nombres ocurrentes las que empiezan a funcionar y acordarse en donde se encuentran los reservorios de la miseria. Es ahí donde la libertad se ha perdido en los escenarios donde la realidad es tan cruel que una torta o un refresco valen por 6 años de desgracias. 

La falta de equilibrio entre el ser y hacer son como atolladeros que los más necesitados cargan y ofrecen como oportunidad para aquellos que fundan partidos y asociaciones civiles para dejar que las cosas cambien para que sigan igual.

Si esos tuvieran un mínimo de vergüenza, un pequeño gesto de humanidad, dejarían de engañar a quienes esperanzados y azotados por la realidad, ocurren a cuanto evento masivo inviten o no. Como imaginar que serán buenos administradores del erario, si de antemano derrochan a manos llenas.

¿Cómo suponer que serán buenos políticos si traen como herencia el despilfarro y la corrupción como antecedente? Cuando es el ego el que distrae la atención de los problemas, todo lo demás es maquillaje electoral para un proceso donde el árbitro y los jugadores han perdido una parte de confianza de quienes si tienen la posibilidad de reflexionar sobre el tema. 

De los otros, algo severo llamado ignorancia o miseria, les impide ver que son presuntos engañados. Que la venta del voto no tiene más intención que elegir a quien durante un tiempo recibirá un buen sueldo pagado con los impuestos que quienes aún creen en las instituciones. Pero que las cosas seguirán igual, si no se toma en cuenta que estos barbajanes de la política siguen medrando con la miseria y la ignorancia y en ese sentido, es difícil comprender cuál de las dos es más vulnerable. 

Lo que sí es una verdad altamente verificable es que ser “guapo”, “joven”, o “junior” no es garantía de buena administración. Ya comprobamos que son tan o más corruptos que los que les antecedieron y han hecho pedazos los cada vez más disminuidos haberes que todavía tiene nuestro país. Esos son los que ahora andan en busca de ubicar dónde se compran los votos.

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